miércoles, 2 de diciembre de 2015

UNA PREGUNTA SIN RESPUESTA




CAPITULO 10.

UNA PREGUNTA SIN RESPUESTA.

Si hubiera habido psiquiatras en Jerusalén hace dos mil quinientos años, Eclesiastés podría haber ido a ver uno, y decirle: “Soy desdichado porque siento que algo me falta”.

Me considero menos bueno de lo que debía de ser. Tengo la sensación de estar desperdiciando tiempo y talentos.

Quiero mantenerme fiel a los principios que yo mismo me fijo, y a veces casi lo consigo, pero nunca del todo.

Creo que con todas las ventajas que se me han dado, he malgastado mi vida.

Un hombre como Eclesiastés necesita ponerse altas miras.

Para que su vida adquiera sentido debe tener la convicción de haber sido llamado para cosas importantes.

Todos nos sentimos mejor cuando se nos plantean importantes exigencias morales.

Ser persona es algo grandioso, y Dios nos hace el mayor de los cumplidos cuando nos exige cosas que no le pide a ninguna otra criatura viviente.

¿Quién necesita a Dios?

¿Podemos hallar el verdadero sentido de la vida sin referirnos a Dios?

A Eclesiastés le ha desilusionado la religión organizada, así como el placer, la riqueza y la sabiduría.

Por eso trata de construir un cimiento para su vida, sin ayuda de nadie, y casi lo consigue.

El ser humano tiene necesidad de ser bueno de que se lo considere capaz de tener una conducta moral.

Por naturaleza tenemos necesidad de ser caritativos y generosos tanto como necesitamos comer y dormir.

Es probable que el egoísmo, el cinismo, la desconfianza hacia los demás no solo sean inmorales porque ofenden a Dios sino también malsanos y destructivos para nuestra personalidad.

Los celos, el egoísmo, la desconfianza envenenan el alma: la honestidad, la generosidad y la alegría la restauran.

Literalmente nos sentimos mejor cuando hemos lo posible por ayudar a alguien.

Dios es la respuesta al interrogante.

Dios es la fuerza que nos impulsa a superar el egoísmo y tender una mano al prójimo.

Dios nos eleva, del mismo modo que el sol hace crecer a los arboles.

Dios nos incita a ser mejores de lo que éramos al comienzo.

Los seres humanos habitan apenas unos pocos años sobre la Tierra, pero la voluntad de 

Dios es eterna.

Eclesiastés se planteaba que sentido tenia hacer el bien, si después de que morimos quedan sepultados en el olvido nuestros buenos actos.

La respuesta es que las buenas obras nunca están de más y jamás se olvidan.

Dios es la respuesta al interrogante de cómo se puede seguir viviendo cuando uno toma conciencia de que su vida ha sido un fracaso.

“Porque el hombre mira a los ojos, pero Dios mira al corazón” (1ª Samuel 18:7)

Dios nos redime de la sensación del fracaso porque nos ve como ningún ojo humano puede vernos.

Es el momento de ser felices con los seres queridos porque hemos llegado a comprender que es más importante disfrutar del presente que angustiarse por el futuro.

Es el momento de festejar porque por fin sabemos en qué consiste la vida y como hay que hacer para volverla más plena.


El texto bíblico que se sugiere leer en las sinagogas durante la Fiesta de los Tabernáculos es, casualmente, el Libro de Eclesiastés.


(RESUMEN DEL LIBRO CUANDO NADA TE BASTA- HAROLD S. KUSHNER)

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