CAPITULO 7.
¿QUIEN LE TEME AL TEMOR DE DIOS?
Imagino a Eclesiastés
como un hombre que se vuelve viejo, que se va quedando sin tiempo, un hombre
demasiado sincero como para negar sus temores, angustiado por la posibilidad de
morir sin haber hecho algo trascendente en la vida.
Por cierto tuvo fortuna
y placeres, pero eso es transitorio. Las riquezas pueden desaparecer aun en la vida
de uno o bien escapársele de las manos en el momento de la muerte.
Los ricos pueden
estar solos o enfermos y todos los momentos de placer se esfumaran al instante.
Sabe que en definitiva
tendrá que enfrentar solo las tinieblas, que ni la fortuna ni las diversiones lo
protegerán.
A esa altura de su
existencia, Eclesiastés es un hombre prudente, lo suficientemente instruido como
para saber que toda la erudición no alcanza para responder la pregunta que lo obsesiona.
Ansioso por hacer
algo que este bien en un sentido perdurable, traspone los límites del saber con
la intención de llegar a la lejana orilla a donde no puede conducirlo la razón.
Día a día se vuelve
más viejo y frustrado y, tal como le sucede a muchas personas al envejecer, se vuelca
en la religión.
A partir de ese momento
ya no tendrá dudas: se entregara de lleno a cumplir la voluntad de Dios.
El hombre no vive
eternamente. Desde luego ese ha sido el punto de parita de la búsqueda de Eclesiastés,
la roca contra la cual se estrellaron todas sus esperanzas.
¿De qué vale ser
rico y sabio, si tanto los ricos como los pobres, los sabios como los insensatos,
están condenados a morir y ser olvidados?
Pero Dios si es Eterno.
Si nos vinculamos al Dios Eterno y dedicamos la vida a su servicio, ¿no resolveríamos
así la cuestión?
¿No conseguiríamos
engañar a la muerte y evitar esa sensación de futilidad que le quita sentido a toda
nuestra lucha? Es así como Eclesiastés se lanza a realizar obras buenas, en la esperanza
de que le sirvan para alcanzar la eternidad.
Quizás es demasiado
individualista como para aceptar la perspectiva de desaparecer sin haberse consagrado
a los valores eternos.
A lo mejor hallo
hipocresía y maldad en los templos religiosos, y advirtió que los seres aparentemente
más piadosos podían ser despreciables, con lo cual puso en tela de juicio el valor
de la piedad.
Habla de haber visto
a los inicuos sepultados con honra mientras que los virtuosos fueron olvidados.
Eclesiastés 7:16-19.
No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo?
Bueno es que tomes esto, y también de aquello no apartes tu mano; porque aquel que a Dios teme, saldrá bien en todo.
La sabiduría fortalece al sabio más que diez poderosos que haya en una ciudad.
En la Biblia no se
menciona la palabra “religión”, el concepto es demasiado abstracto.
La frase que más
se le acerca en sentido es “el temor de Dios”.
Una parte de nosotros
desea seguir siendo siempre niño.
Cuando la vida se
vuelve difícil, anhelamos que nos digan. “No te preocupes que yo me encargo de todo.
Lo único que pretendo
de ti es tu eterna gratitud y obediencia.
El temor de Dios
realmente puede ser el comienzo de la sabiduría y la piedra basal de nuestra vida,
tal como la Biblia no deja de repetir.
Pero cuando hablamos del temor de Dios no queremos decir tenerle
miedo a Dios. No se trata de un temor en
el sentido que le asignamos actualmente a la palabra, sino de respeto y veneración.
El miedo es una emoción
negativa, opresora, que nos mueve a querer huir de aquello que nos atemoriza, o
bien a desear destruirlo.
Al concluir su fase
mística. Eclesiastés bien puede haber dicho a Dios. ¿Qué más quieres de mí?
El desafío de una
religión autentica no es que seamos perfectos sino maduros, íntegros en todo momento,
que logremos la plenitud de nuestra individualidad.
Pero como la religión
de su época exigía acatamiento en vez de autenticidad, no podía volverlo un hombre
integro.
Podía hacerlo bueno
en el sentido de obediente, pero no era solo eso lo que el buscaba.
Le pedía a Dios algo
mas, y como no cejo en su propósito, al final lo encontró.
(RESUMEN DEL LIBRO CUANDO NADA TE BASTA- HAROLD S. KUSHNER)
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