Rezar por la salud de una persona, por el resultado favorable
de una operación, tiene implicaciones que deberían perturbar a una persona
consciente.
Si las oraciones funcionaran como muchas personas piensan que lo hacen, nadie moriría jamás, porque ninguna oración se ofrece con mas sinceridad que las oraciones por la vida, la salud y la recuperación de una enfermedad, tanto nuestra como de las personas que amamos.
Si las oraciones funcionaran como muchas personas piensan que lo hacen, nadie moriría jamás, porque ninguna oración se ofrece con mas sinceridad que las oraciones por la vida, la salud y la recuperación de una enfermedad, tanto nuestra como de las personas que amamos.
Si creemos en Dios, pero no lo hacemos responsable de las tragedias de la vida, si creemos que Dios desea que haya justicia y equidad pero no siempre puede lograrlas, ¿qué estamos haciendo cuando le rogamos a
Dios que una crisis de nuestra vida tenga un resultado favorable?
¿Creo realmente y lo cree el hombre que me llamó- en un Dios
que tiene el poder de curar la malignidad e influir en el resultado de la
cirugía, y lo hará únicamente si la persona correcta recita las palabras
exactas en el lenguaje preciso?
¿Y Dios dejará morir a una persona porque un extraño, cuando
rezaba por ella, se equivocó al utilizar algunas palabras? ¿Quién de nosotros
podría respetar o venerar a un Dios cuyo mensaje implícito fuera:
"Yo podría haber sanado a tu madre, pero tú no rogaste
ni rezaste lo suficiente"?
Y si no obtenemos aquello por lo cual rezamos, ¿cómo evitamos enojarnos con Dios o sentir que Él nos juzgó y nos encontró culpables? ¿Cómo evitamos sentir que Dios nos defraudó cuando más lo necesitábamos? ¿Y cómo evitamos la alternativa igualmente indeseable de sentir que Dios nos desaprueba?
Imaginemos la mente y corazón de un niño ciego o tullido a quien le enseñaron historias piadosas con final feliz, historias de gente que rezó y se curó milagrosamente.
Hay muchas formas de responderle a la persona que pregunta: " ¿Por qué no conseguí lo que pedí en mi plegaria?" Y la mayoría de las respuestas son problemáticas, producen sentimientos de culpa, ira o impotencia.
-No conseguiste lo que pedías en tu plegaria porque no lo
merecías.
-No conseguiste lo que pedías en tu plegaria porque no
rezaste con suficiente empeño.
-No conseguiste lo que pedías en tu plegaria porque Dios sabe
mejor que tú lo que te conviene. -No conseguiste lo que pedías en tu plegaria
porque los ruegos de otra persona por el resultado opuesto fueron mejores.
-No conseguiste lo que pedías en tu plegaria porque la
oración es una farsa; Dios no escucha las oraciones.
-No conseguiste lo que pedías en tu plegaria porque Dios no
existe.
Si no estamos satisfechos con ninguna de esas respuestas, pero
no queremos renunciar a la idea de la oración, existe otra posibilidad. Podemos
modificar nuestra idea de lo que significa rezar y lo que significa que
nuestras oraciones sean escuchadas.
El Talmud, la recopilación de las Leyes judías que cité
previamente en este libro, da ejemplos de oraciones malas o inadecuadas que no
sede ben pronunciar.
Si una mujer está embarazada, ni ella ni su esposo deben
rezar: "Que Dios nos conceda que este niño sea varón" (ni tampoco
pueden pedir que sea una niña).
El sexo del niño se determina en el momento de la concepción
y no se puede invocar a Dios para que lo cambie.
Del mismo modo, si un hombre ve que Una autobomba se dirige a
toda velocidad hacia su vecindario, no debe rezar: "Por favor, Dios, que
el incendio no sea en mi casa".
No sólo es mezquino rezar para que se incendie la casa de
otra persona en lugar de la propia sino además inútil.
Ya se produjo el incendio en una casa; la oración más sincera
o mejor enunciada no afectará la cuestión de a quién le pertenece esa casa.
Podemos extender esta lógica a situaciones contemporáneas.
Sería igualmente inadecuado que un alumno de quinto año que sostiene en la mano
una carta de la oficina de ingreso de una universidad, rogara:
"Por favor, Dios, que me hayan aceptado"; o que una persona que espera el resultado de una biopsia, rezara: "Por favor, Dios, que esté todo bien".
"Por favor, Dios, que me hayan aceptado"; o que una persona que espera el resultado de una biopsia, rezara: "Por favor, Dios, que esté todo bien".
Como en los casos talmúdicos de la mujer embarazada y la casa
en llamas, ciertas condiciones ya existen. No podemos pedirle a Dios que
retroceda y vuelva a escribir el pasado.
Y como lo sugerimos previamente, tampoco le podemos pedir a
Dios que cambie las leyes de la naturaleza para nuestro beneficio, que haga que
las condiciones fatales sean menos fatales o que cambie el curso inexorable de
una enfermedad.
Algunas veces suceden milagros. Los tumores malignos
desaparecen misteriosamente, pacientes incurables se recuperan, y los médicos asombrados
le dan el crédito a un acto de Dios.
Lo único que podemos hacer en esos casos es compartir la
gratitud y el asombro de los médicos.
No sabemos por qué algunas personas se recuperan
espontáneamente de una enfermedad que mata o deja tullidas a otras.
No sabemos por qué algunas personas mueren en accidentes de
auto o avión mientras que otras, sentadas junto a ellas, salen con sólo unos
cortes y moretones y un gran susto.
No puedo creer que Dios elija escuchar las oraciones de
algunos y no las de otros. Eso no tendría ni ton ni son. Por más que investigáramos
la vida de los que murieron y los que sobrevivieron no lograríamos averiguar
cómo debemos vivir o rezar para obtener los favores de Dios.
Cuando ocurre un milagro, y la gente logra sobrevivir a pesar
de todo, lo mejor que podemos hacer es inclinar la cabeza en señal de
agradecimiento ante la presencia de un milagro y no pensar que nuestras
oraciones, contribuciones o abstinencias fueron las que lo lograron: la próxima
vez que lo intentemos, nos podríamos preguntar por qué nuestras plegarias no
fueron efectivas.
Otra categoría de plegarias cuyo rezo no es adecuado son las
oraciones cuyo objeto es dañar a alguien. Si la oración, como la religión en
conjunto, tiene por objeto engrandecer nuestra alma, no debe ser puesta al
servicio de la mezquindad, la envidia o la venganza.
Se cuenta una historia acerca de dos tenderos que eran grandes
rivales. Sus tiendas estaban una frente a la otra y se pasaban los días
sentados en la puerta observando el negocio de su competidor.
Si uno de ellos recibía un cliente, le sonreía triunfante a su rival. Una noche, a uno de los tenderos se le apareció un ángel en sus sueños y le dijo:
-Dios me ha enviado a darte una lección. Te dará todo lo que
pidas pero quiero que sepas que, sea lo que fuere, tu competidor del otro lado
de la calle obtendrá el doble. ¿Quieres ser rico?
Puedes ser muy rico, pero él será el doble que tú. ¿Quieres
vivir una vida larga y sana? Puedes, pero su vida será más larga y sana.
Puedes ser famoso, tener hijos de los cuales te
enorgullecerás, todo lo que desees. Pero sea lo que fuere, él obtendrá el doble.
El hombre frunció el ceño, pensó unos instantes y dijo:
-Está bien, te pido que me dejes ciego de un ojo. Finalmente,
no podemos rezar pidiéndole a Dios algo que está dentro de nuestras facultades,
para evitamos el trabajo de hacerla.
Un teólogo contemporáneo escribió las siguientes palabras:
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines las
guerras; sabemos que creaste el mundo de tal modo que el hombre debe encontrar
su propio camino hacia la paz dentro de sí mismo y con su vecino.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con el
hambre; ya nos has dado los recursos con los que se alimentaría todo el mundo
si sólo los usáramos con sabiduría.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que destierres los
prejuicios; ya nos has dado ojos con los que veríamos lo bueno en todos los hombres
si sólo los usáramos correctamente.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con la
desesperación; ya nos has dado el poder de derrumbar y reconstruir los barrios pobres
y dar esperanzas si sólo usáramos nuestro poder con justicia.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con las
enfermedades; ya nos has dado una mente clara con la cual buscar las curas y
remedios, si sólo las usáramos en forma constructiva. por lo tanto, te rogamos,
Oh Dios, nos des la fuerza, determinación y voluntad, para hacer en lugar de
sólo rezar, para ser en lugar de sólo desear.
JACK RIEMER, Likrat Sbabbat
Si no podemos rezar por lo imposible, por lo antinatural, si
no podemos rezar por venganza o irresponsabilidad para pedirle a Dios que haga
el trabajo que nosotros debemos hacer, ¿por qué rezar? ¿Qué puede hacer la
oración por nosotros? ¿Qué puede hacer la oración para ayudarnos cuando
sentimos dolor?
Lo primero que hace la oración por nosotros es ponernos en
contacto con otras personas, personas que comparten con nosotros las mismas
preocupaciones, valores, sueños y dolores.
Yo creo que eso sigue siendo lo que la religión hace mejor.
Inclusive las personas que, por lo general, no sienten inclinación por los
rituales, aceptan una boda tradicional en presencia de amigos y vecinos, en la
cual se pronuncian palabras familiares y se realizan ceremonias familiares aunque
su matrimonio sería igualmente válido si se llevara a cabo en la privacidad de
un juzgado de paz. Necesitamos compartir nuestras alegrías con otras personas y
necesitamos aún más compartir
de la misma forma nuestros temores y nuestro dolor. La
costumbre judía de la shiva, la semana recordatoria después de una muerte, como
el velorio cristiano o la visita a la capilla, surgen de esta necesidad.
Cuando nos sentimos terriblemente solos, castigados por el
destino, cuando sentimos la tentación de acurrucarnos en un rincón oscuro y
sentir pena por nosotros mismos, necesitamos que nos recuerden que formamos
parte de una comunidad, que las personas que nos rodean se preocupan por
nosotros y que continuamos formando parte del flujo de la vida.
En ese punto, la religión estructura lo que hacemos,
obligándonos a estar con otras personas ya permitirles que participen en
nuestra vida.
Con frecuencia, cuando me reúno con una familia después de
una muerte y antes del servicio funerario, me preguntan:
-¿Es necesario realmente que realicemos la shiva, que nuestra
sala se llene de gente? ¿No podríamos pedirles que nos dejaran solos?
Y yo les respondo:
-No, dejar que la gente entre en esta casa, que comparta su
dolor, es exactamente lo que ustedes necesitan en este momento.
Necesitan compartir con ellos, conversar, que otros los consuelen.
Necesitan que les recuerden que todavía están vivos y forman parte de un mundo
de vida.
En el ritual de duelo judío existe una costumbre maravillosa
llamada de'udal halJra 'ah, la comida de reabastecimiento.
Al regresar del cementerio, se supone que los deudos no deben
prepararse la comida (ni servir a los demás). Los deben alimentar otras
personas, lo cual simboliza que la comunidad se congrega alrededor de ellos
para apoyados y tratar de llenar el vacío que se produjo en su mundo.
Y cuando los deudos asisten al servicio para recitael Kaddish
de los Deudos, la oración que se recita durante un año después de Una muerte,
se sienten rodeados por una congregación que los apoya y los comprende. Ven y
oyen a otros deudos, que sufren tanto como ellos, y se sienten menos aislados
por la adversidad del destino.
Se sienten consolados por su presencia, por el hecho de que los
acepten y consuelen en lugar de estar lejos de la comunidad como víctimas a
quienes Dios ha considerado Conveniente castigar.
La oración, cuando se ofrece correctamente, redime a las
personas del aislamiento. Les asegura que no tienen por qué sentirse solas y
abandonadas.
Les hace saber que forman parte de una realidad más grande, más
profunda, más esperanzada, más valiosa y más llena de futuro de la que podría
tener un individuo por sí solo.
Asistimos a un servicio religioso, recitamos las oraciones tradicionales,
no para encontrarnos con Dios (hay muchos otros lugares en los cuales podemos encontrarlos
sino para encontrarnos con una congregación, para encontrar personas con las
cuales podemos compartir las cosas que más significan para nosotros.
Desde ese punto de vista, el mero hecho de poder rezar ayuda, ya sea que la oración cambie o no el mundo exterior.
Desde ese punto de vista, el mero hecho de poder rezar ayuda, ya sea que la oración cambie o no el mundo exterior.
El maravilloso narrador de historias Harry Colden pone esto
de relieve en uno de sus cuentos. Cuando era joven, una vez le preguntó a su padre:
-Si no crees en Dios, ¿por qué asistes con regularidad a la sinagoga?
-Los judíos van a la sinagoga por muchos motivos -le respondió su padre o Mi amigo Garfinkle, que es ortodoxo, va a conversar con Dios. Yo vaya conversar con Garfinkle.
Pero esa es sólo la mitad de la respuesta a nuestra pregunta:
"¿Qué sentido tiene rezar?"; quizá la parte menos importante. Además
de ponernos en contacto con otras personas, la oración nos pone en contacto con
Dios.
No estoy seguro de que la oración nos ponga en contacto con
Dios del modo en que lo cree mucha gente: que nos aproximamos a Dios como
suplicantes, como mendigos que piden favores, o como un cliente que le presenta
una lista de compras y le pregunta cuánto le costará.
La oración no es, fundamentalmente, una cuestión de pedirle a
Dios que cambie las cosas. Si logramos comprender lo que puede y debería ser la
oración, y nos liberamos de algunas expectativas poco realistas, estaremos más
capacitados para recurrir a ella y a Dios, cuando más los necesitemos.
Permítanme comparar dos oraciones que están en la Biblia,
pronunciadas por la misma persona, en casi las mismas circunstancias, con una diferencia
de veinte años.
Las dos se encuentran en el Libro del Génesis, en el ciclo de
historias sobre la vida de los patriarcas.
En el capítulo 28, Jacob es un hombre joven que pasa la
primera noche lejos de su casa.
Ha dejado la casa de sus padres, después de haber discutido
con su padre y hermano, y viaja a pie por la tierra de Aram para ir a vivir con
su tío Labán.
Asustado y sin experiencia, avergonzado por lo que ha hecho
en su hogar y sin saber lo que lo aguarda en la casa de Labán, dice una
plegaria:
"Si Dios me acompaña en esta aventura, me protege, me da alimentos para comer y ropa para cubrirme, y si regreso a salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi único Dios. Le dedicaré un altar y destinaré un décimo de todo lo que gane para Él".
"Si Dios me acompaña en esta aventura, me protege, me da alimentos para comer y ropa para cubrirme, y si regreso a salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi único Dios. Le dedicaré un altar y destinaré un décimo de todo lo que gane para Él".
La oración de Jacob en esas circunstancias es la de un joven
asustado que se ha propuesto hacer algo difícil, no está seguro de poder
lograrlo, y piensa que puede "sobornar" a Dios para que lo ayude.
Está dispuesto a convencer a Dios de que vale la pena protegerlo y hacerlo prosperar, y cree, aparentemente, en un Dios cuyos favores se pueden ganar y cuya protección se puede comprar con promesas de oraciones, caridad y veneración exclusiva.
Su actitud, muy similar a la de muchísima gente en la actualidad frente a una enfermedad o infortunio, se expresa del siguiente modo:
"Por favor Dios, has que esto salga bien y haré todo lo que quieras.
Dejaré de mentir, iré a los servicios religiosos en forma
regular" sólo tienes que decido y yo lo haré si me concedes lo que te
pido".
Cuando no estamos involucrados personalmente, reconocemos que la actitud es inmadura y que la imagen de Dios que transmite es inmadura también.
Pensar de ese modo no es inmoral, pero carece de fundamentos.
El mundo no funciona así. Las bendiciones de Dios no están en venta.
Finalmente, Jacob aprende la lección. El relato bíblico de su vida continúa: Jacob pasa veinte años en la casa de Labán.
Se casa con las dos hijas de Labán y tiene muchos hijos. Trabaja con ahínco y acumula una pequeña fortuna.
Después llega el día en que toma sus esposas e hijos, sus rebaños y manadas y regresa a su hogar. Llega a la misma orilla del río donde rezó en el capítulo 28.
En esta ocasión, también siente ansiedad y miedo. Se dirige
nuevamente hacia un nuevo país, una situación desconocida. Sabe que al día
siguiente tendrá que enfrentarse con su hermano Esaú, que amenazó con matarlo
veinte años antes.
Una vez más, se pone a rezar. Pero en esa ocasión, como tiene
veinte años más y es más sabio, ofrece una oración muy diferente de la primera.
En el capítulo 32 del Génesis, Jacob reza:"Dios de mi
padre Abraham y de mi padre Isaac, no merezco las bondades que has derramado
sobre mí. La última vez que crucé este río sólo tenía un bastón en mi mano, y
ahora poseo dos campamentos.
Guárdame, te ruego, de mi hermano Esaú, pues le temo ... Pues
fuiste Tú quien me dijo, 'haré que tu descendencia sea una multitud incontable como
la arena del mar'''.
En otras palabras, en su oración, Jacob ya no intenta
negociar con Dios, ni Le presenta una larga lista de pedidos: comida, ropa,
prosperidad, un retorno seguro.
Reconoce que no existe moneda con la cual se pueda pagar a
Dios Sus bendiciones y su ayuda.
La oración de la madurez de Jacob dice simplemente:
"Dios, no tengo derecho a pedirte nada y tampoco nada que ofrecerte.
Ya me has dado más de lo que tenía derecho a esperar. Sólo
hay un motivo por el cual recurro a Ti en este momento: te necesito.
Tengo miedo; mañana deberé enfrentar algo difícil y no estoy
seguro de poder hacerla solo, sin Ti.
Dios, una vez me diste motivos para creer que era capaz de hacer algo bueno en la vida. Si realmente lo pensabas, entonces será mejor que me ayudes ahora, porque no puedo manejar esto solo".
Dios, una vez me diste motivos para creer que era capaz de hacer algo bueno en la vida. Si realmente lo pensabas, entonces será mejor que me ayudes ahora, porque no puedo manejar esto solo".
Jacob no le pide a Dios que aleje a Esaú, que merme su fuerza
o borre mágicamente su memoria.
Sólo le pide que lo ayude a tener menos miedo, que le dé un
indicio de que está de su parte, para poder manejar lo que le depare el día
siguiente, y sabe que así podrá hacerla, porque si Dios le da una señal, no
deberá enfrentarlo solo.
Esa es la clase de oración a la cual Dios responde. No
podemos rogarle que libre nuestra vida de problemas; eso no sucederá, y quizá
no sea del todo malo.
No podemos pedirle que nos haga inmunes, a nosotros y a los
que amamos, a la enfermedad, porque no puede hacerla. No podemos pedirle que
nos proteja con un sortilegio para que las cosas malas les sucedan solamente a los
demás y jamás a nosotros.
Las personas que rezan por milagros por lo general no los
obtienen, como tampoco obtienen lo que piden los niños que rezan por una
bicicleta, buenas notas o un novio.
Pero las personas que rezan pidiendo valor, fortaleza para
soportar lo in soportable, gracia para recordar lo que sigue teniendo en lugar
de lo que han perdido, descubren con mucha frecuencia que su ruego da
resultado.
Descubren que poseen más fortaleza, más valor del que jamás
pensaron que tenían. ¿De dónde lo obtuvieron? Me agradaría creer que sus
oraciones les ayudaron a encontrar esa fortaleza.
Sus oraciones les ayudaron a encontrar reservas ocultas de fe
y valor que no estaban a su disposición con anterioridad.
La viuda que me pregunta el día del funeral de su esposo:
"¿Qué razón tengo para vivir ahora?", y sin embargo a medida que
pasan las semanas encuentra razones para despertar cada mañana y esperar con
ansias el nuevo día; el hombre que perdió su trabajo o tuvo que cerrar su
empresa y me dice:
"Rabino, estoy demasiado viejo y cansado para empezar de nuevo", pero de todos modos lo hace; ¿de dónde sacaron la fortaleza, la esperanza, el optimismo que no tenían el día en que me hicieron esas preguntas?
"Rabino, estoy demasiado viejo y cansado para empezar de nuevo", pero de todos modos lo hace; ¿de dónde sacaron la fortaleza, la esperanza, el optimismo que no tenían el día en que me hicieron esas preguntas?
Me gustaría creer que
los recibieron del contexto de una comunidad preocupada, de personas que les
demostraron que se interesaban por ellos, y de la convicción de que Dios está
del lado de los afligidos y de los abatidos.
Si pensamos que la vida es una especie de olimpíada, podemos
decir que algunas de sus crisis son carreras cortas. Requieren la máxima concentración
emocional durante un breve período.
Después terminan, y la vida regresa a la normalidad. Pero
otras crisis son carreras largas. Exigen que mantengamos la concentración
durante un período mucho más largo, y eso resulta mucho más difícil.
He visitado en sus camas de hospital a personas que sufrieron
quemaduras graves o se quebraron la columna en un accidente.
Durante los primeros días, están agradecidas de estar vivas y
llenas de confianza. "Soy un luchador; vaya superar esto."
En esos primeros días, los amigos y la familia no se alejan ni un centímetro de su lado, les dan constantemente su apoyo y se preocupan por su bienestar.
Después, a medida que transcurren las semanas Y los meses, la larga duración de la crisis comienza a hacer estragos tanto en el paciente como en su familia.
El enfermo se impacienta con la uniformidad de la rutina
diaria y la falta de progresos visibles.
Se enoja consigo mismo por no curarse más rápido, con los
médicos por no tener la magia que produciría resultados instantáneos.
La esposa que era solícita cuando se diagnosticó el cáncer de
pulmón de su esposo, comienza a volverse quisquillosa e impaciente.
"Por supuesto que siento pena por él, pero yo también tengo necesidades.
Durante años trabajó hasta agotarse, descuidó su salud, y ahora que sufre las consecuencias pretende que renuncie a mi vida y me convierta en su enfermera. Ama a su esposo, por supuesto, y se siente muy mal por el hecho de que esté enfermo.
¿Dónde obtienen esos padres la fortaleza que necesitan para
continuar así día tras día? ¿Y cómo hace el hombre que sufre un cáncer
inoperable, o la mujer con mal de Parkinson, para encontrar las fuerzas y la
razón para levantarse cada mañana y enfrentar un nuevo día, si no tienen perspectivas
de llegar a un final feliz?
Creo que para esas personas, la respuesta también es Dios,
pero no del mismo modo. No creo que Dios cause el retraso mental de los niños, ni
elija quiénes deben sufrir una distrofia muscular y quiénes no.
El Dios en el cual yo creo no nos envía el problema; nos da
la fortaleza para enfrentado.
¿Dónde obtenemos la fortaleza para seguir adelante cuando ya
usamos toda la propia? ¿A quién recurrimos en busca de paciencia cuando la
nuestra se agota, cuando tuvimos paciencia durante más años de los que nadie
podría soportar, y el final no está a la vista?
Yo creo que Dios nos
da fortaleza y paciencia y esperanza, Y que renueva nuestros recursos
espirituales cuando se agotan.
¿De qué otro modo lograrían los enfermos reunir más fortaleza
y buen humor durante el curso de una enfermedad prolongada que los que podría
tener cualquier otra persona, a menos que Dios estuviera reabasteciendo sus
almas constantemente?
¿De qué otro modo encontrarían las viudas el valor para recoger los trozos de su vida y salir a enfrentar el mundo solas, si el día del funeral de su esposo no tenían ese valor?
¿De qué otro modo encontrarían las viudas el valor para recoger los trozos de su vida y salir a enfrentar el mundo solas, si el día del funeral de su esposo no tenían ese valor?
¿De qué otro modo se despertarían cada mañana los padres de
un niño retrasado o con daño cerebral para encarar sus obligaciones, a menos
que pudieran apoyarse en Dios cuando sus fuerzas flaquearan?
No tenemos que rogarle o sobornarlo para que Dios nos dé
fortaleza, esperanza o paciencia.
Sólo debemos recurrir a Él, admitir que no podemos hacerlo
solos y comprender que soportar con valor una larga enfermedad es una de las cosas
más humanas, y una de las más divinas, que podemos hacer.
Uno de los hechos que me reafirma constantemente que Dios es
real, y no sólo una idea formulada por líderes religiosos, es que la gente que
reza pidiendo fortaleza, esperanza y valor descubre frecuentemente recursos de fortaleza,
esperanza y valor que no poseía antes de rezar.
“¿Si Dios no puede
curar mi enfermedad, para qué sirve? ¿Quién lo necesita?” Dios no desea que
estés enfermo o tullido. Él no te causó este problema y no desea que continúes teniéndolo,
pero no puede hacer que desaparezca. Eso es demasiado difícil, inclusive para
Dios.
¿Para qué sirve, entonces? Dios hace que la gente se
convierta en médicos y enfermeras para que traten de hacerte sentir mejor. Dios
nos ayuda a ser valientes inclusive cuando estamos enfermos y asustados, y nos
asegura que no debemos enfrentar solos nuestros temores y dolores.
La explicación convencional de que Dios nos envía una carga
porque sabe que somos lo suficientemente fuertes para soportarla, no es exacta.
El destino, no Dios, nos envía el problema.
Cuando tratamos de enfrentarlo, descubrimos que no somos
Fuertes. Somos débiles; nos cansamos, nos enojamos, la situación nos supera.
Comenzamos a preguntarnos cómo haremos para vivir los años que tenemos por
delante.
Pero cuando llegamos al límite de nuestra propia fuerza y
valor, sucede algo inesperado. Descubrimos que nos llegan refuerzos de una
fuente externa a nosotros. Y al saber que no estamos solos, que Dios está de
nuestro lado, logramos seguir adelante.
Con estas palabras le respondí a la joven viuda que cuestionó
la eficacia de la oración. Su esposo había muerto de cáncer, y ella me dijo que
cuando él era un enfermo terminal, había rezado por su recuperación. Sus
padres, sus parientes políticos y sus vecinos habían rezado.
RESUMEN DEL LIBRO CUANDO LA GENTE BUENA SUFRE (HAROLD S.
KUSHNER)
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